sábado, 30 de abril de 2011

“EL CINE NEGRO”, de Víctor Arribas (Notorious ediciones)


Leer “EL CINE NEGRO”, escrito por Víctor Arribas y publicado por Notorious Ediciones, es un acto de amor. Alguien como yo, lector esforzado y eterno modesto aspirante a escritor cinematográfico, intenta en todos sus textos, limitado por sus más bien escasas capacidades, aportar algún granito de arena a esa constante búsqueda del ideal crítico. Perdido en la infinita persecución a la que le arrastra su vanidad, sus deseos de grandeza, no obstante siempre desde la honestidad y –dentro de lo que cabe– una cierta moderación en las necesarias e inevitables ínfulas que pueden (y deben) llevar a alguien a escribir para los demás, había ya olvidado que es posible otro modo de hacerlo.

Un modo que la crítica de cine –entendida en un sentido amplio, para nada académico–, apresada como está entre la nada (la crítica en diarios prácticamente ha desaparecido) y el más allá (todos aquellos que escriben para supuestos superdotados en revistas superespecializadas), ha dejado de lado en gran medida. Esa otra forma es la que practica y con la que sienta cátedra Víctor Arribas. Víctor escribe desde la pasión, desde un amor por el cine que es aún puro y un tanto inocente en sus pretensiones (quizás su magia esté precisamente en la ausencia de ellas, sin falso recato), situado en la linde que separa al aficionado a un arte –ese que lo siente como una parte fundamental de su vida, todavía de una forma razonablemente íntima– de aquel que ya intentó traspasar esa frontera y adentrarse en unas aguas infestadas de tiburones. Es por eso que la modestia con la que Arribas quiere difundir esa pasión pervive como subtexto en cada una de las páginas de las que se compone este primer libro en solitario del periodista madrileño. Arribas demuestra que se puede parir un buen material cargado de información sin sesudos análisis, sin divagaciones onanistas, donde la lectura es amena y enriquecedora, como su bien entrenada prosa, donde el equilibrio entre la información y el afloramiento de su pasión por el cine se torna en contagio, aun para aquellos que no necesitan muchas bacterias para renovar la enfermedad.

Dos palabras recorren todas y cada una de las lujosas y pesadas páginas de este tratado sobre el amor…por el cine, por eso que se dio en llamar “cine negro”; que por muy negro que pueda ser se trata de un cine que no hace más que arrojar luz sobre el género humano, sobre sus vilezas, sobre sus pasiones, sobre sus ambiciones, sobre sus fracasos: pasión y modestia.

Víctor Arribas ha entendido eso muy bien. Hay muchos libros que tratan de configurarse como tratados más o menos canónicos sobre el cine negro, como sobre tantos otros géneros; éste podría ser uno más, uno de tantos, otro de la lista. Pero no lo es. Éste tiene todo aquello que seguramente tengan otros, pero también tiene aquello que no tiene ninguno. La permeable personalidad de Víctor hace que se trate de un volumen muy especial, lleno de encanto (como el que tiene su autor), de honestidad (como transmite su autor), de comunicación (…sobran las palabras).

Víctor, a muchos nos has dado una lección. Hay otro camino, pero parece que eres de esos pocos que llevan en sus alforjas las poquitas cosas que se necesitan para recorrerlos. Otros seguirán sin encontrar en su morral aquello que buscan, perdido como está entre un sinfín de aparatos de dudosa utilidad, que posiblemente sólo sirvan, en algunos casos, para decorar la verdadera esencia: el valor de lo sencillo.


Juan Andrés Pedrero Santos

miércoles, 27 de abril de 2011

ENTREVISTA CON VÍCTOR MATELLANO (SPANISH EXPLOITATION)

Con motivo de la aparición de “SPANISH EXPLOITATION”, de Víctor Matellano, publicado por T&B Editores, realizamos una breve entrevista a su autor para conocerle un poco más.

1.- ¿Cuáles son tus primeros recuerdos como cinéfilo?

Mi primera experiencia en cine me marcó claramente, tanto en mis gustos futuros como en el sentido del espectáculo. Lo recuerdo perfectamente, la primera ocasión en que me llevaron mis padres al cine, con cuatro o cinco años, fue a ver una reposición de un "Godzilla", "Los monstruos del mar". Quedé fascinado con tanto monstruo y animal mutante. Eso explica mis gustos actuales.

2.- Después de “El Hollywood español” y “Spanish Horror”, y algún otro, publicas “Spanish Exploitation”. ¿Qué te motiva tanto como para seguir tratando el cine español y no otra temática?.

Ciertamente, salvo el libro que estoy escribiendo ahora y que no tiene nada que ver con cine español, todas mis publicaciones han tenido que ver con películas hechas en España. Eso tiene una explicación: comencé en esto del cine por la curiosidad de ver películas que se habían rodado en mi pueblo. Sin embargo, no son tanto films españoles como películas rodadas en España. Precisamente "El Hollywood español" va de eso, de las superproducciones foráneas rodadas en este país, y mi ensayos sobre "El Cid", "Espartaco", Yvonne Blake o Gil Parrondo también van en esa línea. Eso sí, con "Spanish Horror" y "Spanish Exploitation" he entrado en esa parte divertida de mis gustos personales.

                                   (Víctor Matellano, fotografiado por Alberto Rivas)
3.- ¿Para cuando un libro dedicado a la época del destape? Estoy seguro de que habrá miles de anécdotas de todo tipo, además de tener a mano a sus protagonistas.

Del destape ya se han publicado cosas interesantes. Curiosamente es el tipo de cine de explotación que menos me llama la atención, como género en sí. Lo que si me llama la atención es que tiene un rabioso interés histórico y social. A través del cine de destape se pueden explicar muchos aspectos de la España del tardo-franquismo y transición, sobre todo la represión del español a nivel de sexualidad.

4.- ¿Qué proyectos tienes relacionados con el teatro o el cine que se puedan contar?

En cine, dos películas que están coescritas por mí, y que están montándose en la actualidad, "La Maternidad" y "Bloody West", ambas de terror. De teatro, dos proyectos nuevos, además de continuar con el "Auto de los Reyes Magos" que codirijo con Jack Taylor.

5.- ¿Cuál ha sido el acontecimiento puntual o en conjunto que más satisfacción te ha dado en lo que se refiere a tu vida relacionada con el cine, estrictamente fuera de lo que es el visionado de una película?

Del cine oigo cosas desde que era un enano, vivencias de mi padre en los rodajes. Tengo experiencia propia en el cine desde muy temprano, pude estar cerca de una cámara Panavisión desde los diez años. Comencé en figuración en producciones importantes de directores como John Milius o Richard Lester, por lo que he podido comprobar de primera mano desde temprano lo que es el lío de un rodaje. Después he tenido la suerte de vivir momentos de encuentro con personas a las que he admirado siempre como Corman, Dante, Borgnine...Algunos después han sido grandes amigos como Berlanga o Lester. Y ya en la práctica, trabajar después de ayudante de dirección aprendiendo el oficio con Carlos Gil, quien había colaborado con Spielberg, un lujo.

6.- ¿Qué opinión tienes sobre la crítica de cine en España? ¿Cuáles son tus críticos preferidos y por qué?.

No sé cómo contestar para precisar bien mis palabras en esta tema...en fin, la crítica es un ejercicio subjetivo, por supuesto absolutamente respetable, pero introduciré dos temas...uno, el porqué algunas películas son muy bien tratadas por los críticos de determinados medios cuando se sabe que están inyectando dinero de la promoción en dichos medios. Y dos, qué fácil es a veces destrozar en cuatro líneas algo que ha costado tanto tiempo levantar, sobre todo si es cine español, absolutamente heróico...no quiero entrar mucho más en este tema, salvo decir que respeto a todos los que escriben crítica, claro.

7.- ¿Cuáles son tus géneros preferidos? Cita 3 de las películas que siempre estarían en tu lista de las 10 mejores.

Mi género favorito es el fantástico y terror. Y te citaré tres películas por diferentes razones, aunque sólo una sea de terror: "Nosferatu" de Murnau, "Bienvenido, mister Marshall" de Berlanga y "Ser o no ser" de Lubitsch.

8.- Recuerdo que en el tanatorio en el que se encontraba Paul Naschy en el momento de su fallecimiento acudiste acompañado del también recientemente fallecido Paco Maestre. ¿Qué relación tenías con él?, creo que trabajó en algún proyecto teatral tuyo, ¿no?.

De ambos fui amigo y con ambos trabajé. Paul no sólo era una persona a la que admiraba, también fue uno de mis mejores amigos. Con Paul compartía muchos proyectos, y tuve la suerte de dirigirle en una de sus escasas incursiones en teatro, "La danza de la muerte". Su pérdida me ha afectado mucho. Paco era otro gran amigo, un tipo encantador, lo dirigí durante diez años en "Auto de los Reyes Magos". Su muerte nos ha sorprendido a todos, aunque siempre se quejaba de sus achaques.

9.-¿Cómo ves el mundo editorial en España en su parcela dedicada a los libros de cine?

Los libros de cine en España son un poco el reflejo del cine español, poca industria y mucho independiente que hace lo que puede. Me refiero a las editoriales, digamos, comerciales. Luego están las institucionales, que abordan temas muy interesantes, pero que en ocasiones distribuyen muy mal. Eso sí, cada vez se publica más. Al principio había pocas editoriales especializadas entre las que se hizo muy prolífica "Ocho y medio", ahora hay bastantes más con alguna recién llegada que pugna con fuerza como es el caso de "Scifiworld". Yo con la que más publico es con "T&B", creo que Juan Tejero tiene una línea editorial muy interesante y, lo que más me interesa, dirigida al gran público y no sólo al aficionado iniciado.

10.- ¿Qué es lo que te vincula tanto a Talamanca de Jarama?, si no recuerdo mal, ya ha apadrinado dos de tus libros.

Talamanca de Jarama ha participado en cuatro de mis libros, el último "Spanish Exploitation". El primero fue "Un plató de siglos", precisamente sobre los rodajes en la localidad. Talamanca tiene una cosa muy buena y es que no es historia. Me explico, Talamanca es historia del cine porque es localización habitual para películas desde los años cincuenta, la ventaja es que está activa en la actualidad, cuestión que no pueden decir otros municipios que fueron frecuentados por el cine. Actualmente allí se rueda y mucho. Una de las grandes ilusiones de mi vida profesional fue la primera vez que rodé allí tras haber hablado de Talamanca en los libros.

11.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto editorial en marcha? ¿Puedes dar pistas?

Dos proyectos nuevos con dos editoriales, proyectos que aún no puedo desvelar. Lo que sí puedo decir es que, como siempre, habrá mucho cine de género. Que no falte.













martes, 26 de abril de 2011

PRÓXIMAMENTE TAMBIÉN..... (la cosa va de monstruos)


Publicado por T&B Editores, mi amigo José Manuel Serrano Cueto saca una versión requeteactualizada, megampliada, remasterizada y superchiripitiflautica de su estudio sobre VINCENT PRICE. Pero no os lleveis a engaño, el libro ha engordado tanto que en realidad es otro distinto, UN LIBRO NUEVO.

miércoles, 20 de abril de 2011

PRÓXIMAMENTE...

En pocas semanas estará en las librerias. "JAMES WHALE. EL PADRE DE FRANKENSTEIN", con prólogo de GUILLERMO DEL TORO y editado por Calamar Ediciones. Diseño gráfico de Miguel San José Romano.
Rústica con solapas
Profusamente ilustrado en color y blanco y negro
288 páginas
PVP: 24 euros

lunes, 18 de abril de 2011

"SPANISH EXPLOITATION", nuevo libro de Víctor Matellano

En el mes de mayo estará en las librerias el próximo libro del prolífico, incombustible y polifacético Víctor Matellano (escritor, guionista, director teatral, realizador audiovisual y miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España) y  de título "SPANISH EXPLOITATION"según su propio autor dedicado a un tipo de cine cuyas películas “son producciones con bajo presupuesto, rodajes rápidos, actores con pseudónimo y con temáticas inclinadas hacia el tremendismo o la violencia”.

Extracto de la nota de prensa: películas de terror, eróticas o westerns son algunos de los géneros que se encuentran en el cine de explotación español. "Spanish Exploitation" realiza un recorrido por las películas de Serie B que crearon cineastas como Jesús Franco o el recientemente desaparecido realizador valenciano, Juan Piquer. El libro presenta ejemplos como "Supersonicman" (inspirada en Superman); "La grieta", basada en "Abyss" de James Cameron; o "Los nuevos extraterrestres", una película que intentó estrenarse como la segunda parte de "ET". La obra está editada por T&B Editores y cuenta con el patrocinio de Talamanca de Cine.

Un libro tan apetecible como ver una de esas películas de las que habla en una sesión matinal de domingo cuando algunos eramos más jóvenes. Proximamente intentaremos tener una entrevista con su autor, a ver qué nos cuenta.

domingo, 10 de abril de 2011

"SCIFIWORLD MAGAZINE Nº 37"


Superados ya esos tres años de vida a los que tanta ilusión nos hacía llegar, llega ya en breve el nº 37 de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE, correspondiente al mes de mayo de 2011. Mi contribución en este número es la sección "La máquina del tiempo" dedicada a una de esas interesantes películas de ciencia-ficción de los años 50: "PLANETA PROHIBIDO" (FORBIDDEN PLANET, 1956), dirigida por Fred McLeod Wilcox. Un número muy entregado a la ciencia-ficción este 37.

jueves, 7 de abril de 2011

"LA GUERRA DE LOS MUNDOS" (2005), de Steven Spielberg


Por más que le pese a quien no quiera asumir la idea, Steven Spielberg es la prueba fehaciente, el paradigma, de que es posible conjugar –sin fricciones– el cine más comercial con el cine de máxima calidad; aunque sí es verdad que, al menos al nivel que él lo consigue, se trata prácticamente de un caso único.

Tras “Loca evasión” (The Sugarland Express, 1973), continúa ya de forma espectacular su filmografía con “Tiburón” (Jaws, 1975) –recordemos que la previa “El diablo sobre ruedas” (Duel, 1971) es en realidad un telefilm, no obstante estrenado en España y en muchos otros países en salas comerciales–, y llega un largo período en que saboreó las mieles del éxito y donde se encuadra la parte más conocida, característica y ya clásica de su carrera: “Encuentros en la tercera fase” (Close Encounters of the Third Kind, 1977), “En busca del arca perdida” (Raiders of the Lost Ark, 1981), “E.T., el extraterrestre” (E.T.: The Extra-Terrestrial, 1982) e “Indiana Jones y el templo maldito” (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984). Continuó con un grupo de películas, de irregular empaque y atractivo, donde intentó probar temáticas fuera del cine fantástico o que solo lo contemplaban como una anécdota con la que dar paso a una trama dramática. Es ahí donde encontramos “El color púrpura” (The Color Purple, 1985), “El imperio del sol” (Empire of the Sun, 1987) o “Para siempre” (Always, 1989); época donde su nivel baja, donde se quiebran algunas expectativas y donde sus defectos o tics más distintivos (el sentimentalismo empalagoso y las marrulleras pinceladas argumentales más premeditadas; ambas una suerte de trampa para elefantes) se hacen más visibles y, a menudo, incluso irritantes. Películas estas últimas que tienen un considerable lastre en la falta de verismo del que adolecen las imágenes creadas por Spielberg, cuyo manierismo estético y formal sienta muy bien a su cine de fantasía pero, en cambio, chirría en las películas “serias” de este período, a las que da una pátina de artificiosidad; cosa que más adelante ya conseguirá matizar con soltura, alcanzando un buen equilibrio entre lo que siempre será su particular estilo y las necesidades propias de la historia concreta que nos trata de contar.

1993 será un año de plena madurez, donde consigue dos sonoros éxitos a todos los niveles y, además, cada uno de ellos digno representante de las dos derivas por las que había decidido encaminar su cine: “Parque Jurásico” (Jurassic Park) y “La lista de Schindler” (Schindler´s List); esto es, el cine fantástico, puro y duro, y el drama “adulto” (ténganse en cuenta las comillas). A partir de ahí, su genio se mantendrá al más alto nivel, con la consecución de obras mucho más complejas. Su maestría ya no dejará lugar a dudas y su nombre será registrado para siempre en la relación de los más grandes directores de la historia del cine. Esa inquietud por acercar su filmografía a estándares más dramáticos queda claramente expuesta –cuando es la fantasía lo que toca– en sus películas de ciencia-ficción, que no dejan por ello de tener una lectura social o humana de considerable calado y siempre oscura; véase “A.I. Inteligencia artificial” (Artificial Intelligence: A. I., 2001), “Minority Report” (Minority Report, 2002) o la que aquí nos ocupa, “La Guerra de los mundos” (War of the Worlds, 2005); la cual, yendo más allá de su aparente sencillez, la considero una de las cumbres de su carrera junto a “Tiburón” (Jaws, 1975) y a “Salvar al soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 1998).

Herbert George Wells publicó su novela “La guerra de los mundos” en 1898, sirviendo de inspiración para el clásico de la ciencia-ficción cinematográfica de los años cincuenta, del mismo título, que dirigió Byron Haskin en 1953. No menos famoso es el programa radiofónico emitido en 1938 por Orson Welles, que aterrorizó a unos inocentes radioyentes en un tiempo en que no existía aún la televisión. Otras adaptaciones posteriores las tenemos en una serie de televisión titulada “War of the Worlds”, emitida entre 1988 y 1990, y en dos direct to dvd producidos, como la película de Spielberg, en 2005, “War of the Worlds” y “The War of the Worlds”, dirigidas por David Michael Latt y Timothy Hines respectivamente. Como curiosidad, ya dentro de otro ámbito de las artes, en 2006 se grabó una adaptación musical titulada “Jeff Wayne´s Musical Version of The War of the Worlds”, que fue distribuida en disco además de representada en vivo.

Interpretada como una más de aquellas supuestas pesadillas alegóricas del terror al comunismo que se perpetraron durante la Guerra fría, la película de Byron Haskin retiene todavía gran fama y sirve de indudable inspiración plástica y objeto de homenaje para esta versión dirigida por Steven Spielberg; mucho más profunda y compleja que aquella, a la que supera con creces en todos los sentidos. La versión de Haskin, pese a sus bondades, y como buen espécimen de la serie B de ciencia-ficción de esa década, carece de la potencia dramática de la que Spielberg dota a su remake, incluso cuando “La guerra de los mundos” de Byron Haskin destaca sobre sus contemporáneas precisamente por superarlas en esa intensidad dramática; virtud normalmente ajena al cine propio de ese género y década si exceptuamos casos como el de “La invasión de los ladrones de cuerpos” (Invasion of the Body Snatchers, 1956) de Don Siegel. En realidad, “La guerra de los mundos” de Spielberg –por su particular tratamiento– es una película de terror maquillada como “película de marcianos”. Las últimas películas que Spielberg ha dedicado al género de la ciencia-ficción han mantenido siempre un hálito siniestro muy característico, convertido ya en “marca de la casa” y posiblemente en una de las virtudes más sobresalientes del “rey midas” en toda su filmografía. Sorprendente igualmente ante el contraste que supone ese tenebrismo en comparación con el cargante merengue al que era aficionado en algunas de sus primeras películas, ya fueran dirigidas por él mismo o producidas bajo su estricto control (aquello del “Steven Spielberg presenta…”). Y es aquí donde ese atributo se muestra en su total plenitud, amplificando lo siniestro hasta los límites de la pesadilla.

Pese a su comercialidad innata, premeditada y asumida, el cine de Steven Spielberg siempre será un cine “de autor”. Existen ciertas constantes, siempre presentes como aparentes anécdotas argumentales, que de alguna manera hacen que gran parte de su obra no deje de hablar de ciertos temas que parece le preocupan; muchos de ellos relacionados con el concepto tradicional de familia, sus problemas y sus fracasos, siendo el amor entre padre e hijo (casi nunca el romántico entre hombre y mujer), la amistad (incluso tiene una película con ese título) o el fracaso de la institución del matrimonio algunos de los pilares temáticos sobre el que se construye toda su filmografía. A pesar de esto, su visión nunca es pesimista, mantiene un espíritu inquebrantable en su perspectiva sobre esos problemas que tanto le obsesionan y, de alguna manera, siempre encuentra motivo para la esperanza.

Ray Ferrier (el personaje que interpreta Tom Cruise en uno de los mejores y más contenidos trabajos de su carrera, a pesar de ser un actor cuyo carisma siempre sobrevuela por encima de sus dotes para la interpretación) no es el típico fracasado, padre separado, que vive en la penuria económica, incapaz de mantener una relación solvente con sus hijos –que parecen vivir una existencia más segura y confortable junto a su madre y la, más potente económicamente, nueva pareja de ésta–. Ni mucho menos; esa descripción es tan solo aparente. Spielberg se preocupa, ya desde el inicio de la película, de dignificar al personaje, de dejar en entredicho esa primera impresión y de subrayar la pericia de Ray para llevar a cabo de forma excepcional un trabajo, sólo a primera vista sencillo, como el de manejar grandes contenedores de mercancía con una inmensa grúa en el puerto de Nueva York; a lo que se suma ser todo un experto mecánico. Al menos en eso es el mejor. Es cierto que esas parecen ser unas de sus pocas virtudes; la otra, que ya se verá más adelante, es mantener a su hija pequeña sana y salva, cueste lo que cueste, para entregarla a su madre y a sus abuelos; lo que finalmente servirá para redimirle de sus errores anteriores –que no sabemos concretamente cuales son– ante toda su familia y, lo que es más importante, ante sí mismo.

La supuesta presencia del temor al peligro comunista en la película de Byron Haskin, se asimila aquí al miedo de dimensiones antropológicas que se instauró en los Estados Unidos de forma particular, y en el resto del mundo occidental de manera general, tras el atentado al “World Trade Center” el 11 de septiembre de 2001. Las alusiones son precisas e inequívocas. Cuando Ray huye en coche, junto a sus hijos, del lugar donde se han sufrido los primeros ataques marcianos, el hijo mayor de éste pregunta si son los terroristas los causantes de la agresión (pregunta imposible de oír en boca de ningún personaje en ninguna película norteamericana anterior a tan infausta fecha, si es en el contexto geográfico de su propio país donde todo sucede). La inconcreta respuesta de Ray (“¡no!, son de fuera”) no deja de tener una graciosa réplica cargada de crítica al ombliguismo y a la mentalidad provinciana tan típicamente americana: “¿de fuera?, ¿de Europa?”, le vuelve a preguntar de nuevo su hijo. En ese contexto, igual de evocadora a la tragedia de las Torres Gemelas es la escena del accidente aéreo en el mismísimo jardín de casa. Y si buscamos bajo tierra –nunca mejor dicho–, la idea de una conspiración tramada mucho tiempo antes de los ataques (del 11 de septiembre) existe igualmente desde el momento en que parece que los marcianos plantaron la semilla de su futura invasión hace ya millones de años.

La relación entre unos hijos que sienten a su padre como alguien que no se ha preocupado de ellos como debiera, que no conoce siquiera sus alergias de nacimiento, que siempre parece haberse comportado con ellos de manera egoísta, comenzará a cambiar cuando es la vida de un hijo lo que se trata de proteger. Queda así muy presente ese instinto de supervivencia y de protección de los tuyos que sale a relucir en las situaciones límite.

En su huida hacia Boston se suceden los pasajes dramáticos y angustiosos, como cuando la multitud trata de arrebatarles el coche (el único que funciona) y la gente comienza a olvidar los patrones que rigen la vida en sociedad convirtiéndose en auténticos salvajes. Pero Spielberg, siempre optimista, deja ver algo de luz al final del tunel. Robbie (Justin Chatwin), el hijo mayor de Ray, mantendrá durante los peores momentos el espíritu vengativo y de revancha contra los marcianos, luchando por seguir al ejército en sus contraataques, sin perder nunca de vista ese inocente y osado idealismo propio de la juventud. Es en ese trance en el que Ray tiene que decidir entre proteger a su pequeña niña (Dakota Fanning) o dejar marchar a su hijo a la aventura –que suplica le deje hacerlo, arrastrado por una irrefrenable curiosidad vital que le lleva a no saber renunciar a quizás la única y última oportunidad de ser testigo de algo tan excepcional como lo es una invasión marciana–, momento en que Ray comienza lo más duro y valioso de su transformación. Para Ray toda esta peripecia se convierte, muy a su pesar, en una prueba de fuego, en un viaje iniciático, y es ese acto de dejar ir a Robbie en dirección a la batalla (no es una guerra, dice el personaje que interpreta Tim Robbins, es un exterminio, como una pelea entre humanos y gusanos) lo que demuestra en cierta forma su mayor generosidad. Olvida su egoísmo como padre que quiere a su hijo y le deja hacer aquello que cree le hará más feliz, por duras que puedan ser las consecuencias. Dentro de ese mismo objetivo que pretende mostrar algo de fe y esperanza en la sociedad (en el sistema) y en sus valores, está la forma tan educada y solícita con que el ejército trata a los civiles. Quizás existe aquí una intención por parte de Spielberg de dejar constancia de ese sentimiento colectivo de agradecimiento –motivado por su capacidad de sacrificio– hacia los cuerpos de seguridad del estado (policías, bomberos, ejército) que afloró de manera espectacular tras los sucesos del 11 de septiembre, y que cualquiera que haya viajado a Nueva York poco tiempo después de esa fecha ha podido percibir por las calles. Un punto de vista del papel del ejército –el de Spielberg– tan diferente al informado en otras apocalípticas visiones, como es el caso, entre otras, de “28 días después” (28 Days Later, 2002) de Danny Boyle, “La tierra de los muertos vivientes” (Land of the Dead, 2005) de George A. Romero, o “The Crazies”, tanto en la versión dirigida por el mismo Romero en 1973 como en el recientísimo remake de Breck Eisner en 2010. Incluso es un soldado el que toma la iniciativa de ayudar a Ray en una de esas jaulas que utilizan los trípodes para encerrar a los humanos antes de pasar a utilizarlos como fertilizante, movilizando al resto de ocupantes de esa antesala de la muerte para unirse todos a una. A muchos les gustaría pensar que existe cierto poso reaccionario/conservador en todo ello, como induciendo a pensar que son las fuerzas armadas –el poder del gobierno organizado, en definitiva– la única esperanza de restablecer el orden perdido, de dejar a un lado las necesidades individuales y de anteponer a ello el bien de la comunidad; la necesidad inevitable del uso de la fuerza. Un orden establecido del que forma parte incluso ese otro ejército que representan los millones de microscópicas bacterias, aliadas a los hombres tras miles de años de luchas, y que serán, en última instancia, el arma definitiva contra el ominoso invasor.

El parecido argumental, e incluso plástico –sólo hay que recordar aquel esplendoroso Technicolor– entre la película de 1953 y ésta es considerable, como no podía ser de otra manera ante la nada disimulada intención de Spielberg de homenajear a la obra original. Spielberg toma la feliz decisión de mantener todo aquello que funcionaba tan bien en la película de Haskin y de potenciarlo. Así, la evidente inspiración en ella nunca es dejada de lado por parte de Spielberg, que sí trata de aportar algo nuevo con un mayor enfoque dramático, al que se empuja hasta los márgenes del terror. La escena más terrorífica acontece en el sótano de la casa de Ogilvy (Tim Robbins), donde el acoso marciano muestra al más típico Spielberg, con sus trucos y sus giros tradicionales; y en la que asistimos a un homenaje a su propia filmografía: recordemos la escena de “Parque Jurásico” donde los dos niños protagonistas tratan de eludir a los velociraptores en la cocina del parque temático. Marcianos aparte, el asesinato de Ogilvy a manos de Ray –la única solución posible para que su locura no provoque la muerte de padre e hija–, todo él fuera de plano, tras una puerta cerrada, recuerda al asesinato de un confidente, ejecutado por el personaje que interpretó Boris Karloff, en “The Criminal Code” (1931), de Howard Hawks.

Prólogo y epílogo, narrados por una voz en off, consiguen al unísono tanto aportar cierto tono de fábula oscura, moraleja incluida, como desdramatizar la historia de esta invasión marciana, haciendo un optimista alegato final en favor de la raza humana; que Spielberg parece entender auspiciada por Dios, lo que da al conjunto un empaque de misterio sobrenatural, fantasmagórico, que no deja de percibirse como un toque de atención ciertamente siniestro e inquietante visto por un espectador agnóstico o ateo, ajeno a la fe. Se predica con ello una curiosa legitimación de la existencia del hombre en la tierra que parece pertenecer a otro tiempo ya pasado –más idealista– y no al siglo XXI, donde el individualismo y el egoísmo más exacerbados campan a sus anchas y la espiritualidad ya no cotiza en bolsa. Los trípodes –máquinas de guerra marcianas– anuncian su llegada mediante un atronador sonido que pone los pelos de punta; más si es un paisaje pesadillesco –de pura desesperación y devastación– el que sirve de fondo y el que acrecienta la adscripción al más puro terror de esta epopeya en la que descubrimos los usos vampíricos que se gastan los hombrecillos verdes.

Que se trate de una película aparentemente sencilla en cuanto a su eje argumental, contenida en todos los aspectos excepto en su dramatismo, no entorpece que igualmente sea profundamente compleja y sugerente, donde no existen tramas superficiales, ni de segunda o tercera línea; donde cada escena, cada inserto, tiene su objetivo en un muy bien diseñado edificio. Todo está medido (como es habitual en este cineasta) y predispuesto para servir e imbuir de sustancia a la película. La única concesión de Spielberg –merecida, coherente y gratificante por otro lado– está en ese último plano de la mirada satisfecha de Tom Cruise mientras abraza a su hijo, puro optimismo Spielbergiano.

Juan Andrés Pedrero Santos

Publicado originalmente en la revista "SCIFIWORLD MAGAZINE".


sábado, 2 de abril de 2011

Reseña en "Dirigido por..." sobre "Johnny Weissmuller. Biografía"

«Convertido en estrella por su físico privilegiado, campeón olímpico de natación, Weissmuller permanece asociado a la imagen de Tarzán (y perseguido por ella). Lució el taparrabos (creciente) en doce ocasiones entre 1932 y 1948, pero también intervino en otros films. El autor, entusiasta del biografiado, efectúa un ameno recorrido por su filmografía y ofrece un vistoso repaso a la agitada existencia del mito. Su deseo es que su lectura ‘se convierta en una aventura para el lector’. ¿Su objetivo? Mostrar al artista como fue ‘en la piscina, en la liana, en Hollywood, en la vida, en la muerte’.»


(Ramón Freixas, 'DIRIGIDO')